lunes, 5 de agosto de 2013

El señorito mimado


Iriarte en su comedia El señorito mimado (1788) retrata a un joven aristócrata dilapidador y sin educación. El dramaturgo, oriundo de Puerto de la Cruz (Tenerife), muestra las consecuencias de la falta de instrucción de D. Mariano, que es engañado constantemente por algunos personajes sin escrúpulos (Dª. Mónica, D. Tadeo y los amigotes). A su vez, él oculta sus grandes gastos a su madre y, también, su desarreglada vida. Este es el argumento de El señorito mimado, argumento interesante para el público dieciochesco español.
La primera escena de El señorito mimado es muy importante, por ser el comienzo de la comedia (pensemos que el público mostraba gran interés): D. Cristóbal, tutor de su sobrino D. Mariano, hace la contabilidad de éste y se da cuenta del gran despilfarro. Su cuñada, madre del joven, está presente. El tutor utiliza un lenguaje claro y de denuncia al referirse a su sobrino:
“En toda su vida
sabrá ganar un ochavo;
pero arruinar una casa,
eso lo sabe de pasmo.
Él tiene mala conducta;
yo riño; no me hacen caso” (vv. 27-32).1
El uso del sintagma “mala conducta” explica la situación del joven. El despilfarro es consecuencia de la conducta, y ésta es consecuencia de la falta de educación, y esta falta se debe a la madre, que lo crió con mimo y regalo, dos sustantivos negativos que señala D. Cristóbal (v. 50). Y fue criado así porque su tutor tuvo que marchar a Indias.
En un diálogo entre Dª. Dominga y su cuñado, éste describe la personalidad de su sobrino sin tapujos, en un lenguaje transparente2:
“cumplirá presto veinte años
sin saber ni persignarse;
[...]
que es temoso, afeminado,
superficial, insolente,
enemigo del trabajo;
incapaz de sujetarse
a seguir por ningún ramo
una carrera decente” (vv. 112-121).
Esta etopeya “terrible” (v. 125) de D. Mariano no sólo se refiere a él, sino que representa a cualquier joven aristócrata de las últimas décadas del siglo XVIII, que vive para divertirse y que carece de educación. El estilo de vida de D. Mariano es defendido, en parte, por su madre, que declara algo arrogante:
“El estudio no le prueba.
Ni tampoco es necesario
que un hijo de caballero
lo tome tan a destajo
como si con ello hubiera
de comer” (vv. 131-136).
Esta defensa de la madre representa, por otra parte, el desprecio hacia el saber del que buena parte de la aristocracia española hacía gala.
Iriarte introduce a un criado de la casa, Pantoja, que estudió “un poco / de latín cuando muchacho”, para que hable de la educación de D. Mariano3. Su primera declaración dejaría sorprendidos a los espectadores dieciochescos:
“¡Cómo! Pues ¿no fue un milagro
saber ya firmar su nombre
antes de los catorce años?” (vv. 272-274).
Se ve con esto la gran ignorancia del joven. Después de esta afirmación no extraña que el caballero “Por lo que mira a contar, / se quedó un poco atrasado” (vv. 275-276). Ni tampoco, aunque tan de moda estaba en el XVIII, “pudo hacer gran progreso / en el francés” (vv. 295-296). Por tanto, la educación de D. Mariano se reduce a
“amigotes que le enseñen
a gastar con todo garbo,
a frecuentar las insignes
aulas de Cupido y Baco” (vv. 321-324).
Es tan escasa la formación de D. Mariano que hasta cree en duendes y, por ese motivo, se deja embaucar por Dª. Mónica. El joven caballero está vacío de saberes y, además, en su cabeza anidan toda suerte de supersticiones4:
“Si no duda que hay mal de ojo,
que hay palacios encantados,
que cura un saludador,
y el martes es día aciago” (vv. 383-386).
Sin duda, las supersticiones populares fueron uno de los grandes problemas a los que los escritores como Feijoo e Iriarte tuvieron que enfrentarse. Esta cultura de las supersticiones se aprendía en las casas, era un “saber”, una parte de la educación que se recibía en los hogares iletrados:
“Pues sí, desde que era mi amo
tamañito, le asustaban
con cocos y mamarrachos,
fantasmas, disciplinantes,
brujas y otros espantajos” (vv. 378-382).
El vocablo “espantajos” resume muy expresivamente la actitud de Iriarte ante estas absurdas creencias.
E. Palacios Fernández afirmó que las obras teatrales El señorito mimado (1788) y La señorita malcriada (1791), escritas por el tinerfeño Tomás de Iriarte, representan “una compleja reflexión sobre los problemas de la educación de los jóvenes de su tiempo”5. Esto es un planteamiento cultural moderno, ya que una sociedad se cimenta sobre la formación y así lo entendieron los ilustrados del siglo XVIII. De ahí que el subtítulo de El señorito mimado sea “La mala educación”. Como consecuencia de la necesidad de expandir la ideología de la Ilustración en un país tan atrasado como era la España del dieciocho, un grupo de escritores (Feijoo, Cadalso, Iriarte, los Moratín, etc.) crea una literatura. Y una de las ramas de esa literatura es el teatro y, dentro de él, “se afianza la comedia neoclásica como teatro realista e ilustrado”6. Iriarte y Moratín hijo serán los dos grandes creadores de esta comedia, uno de cuyos temas esenciales será la educación de los jóvenes.
Un obstáculo para llevar a cabo una educación seria es esa aristocracia anquilosada, representada por Dª Dominga, que vive de las rentas y ocupa la vida entre diversiones y actos sociales de su clase. Por eso justifica que su hijo no haya estudiado. Por su parte, D. Cristóbal comprende que todo el problema es que “mi sobrino / ignora” (vv. 441-442) y como consecuencia comete tontería tras tontería. Lo más duro para el joven será la pérdida de su novia, “joven, rica y noble” (v. 469). D. Mariano se irá enredando en la tela de araña de Dª. Mónica7 y llevará a cabo un sinnúmero de disparates (se endeuda en el juego, empeña el anillo de su novia, miente continuamente, etc.) que le convierten a los ojos de la sociedad en un “ocioso y desarreglado” ( v. 658). El retrato de D. Mariano debió gustar al público dieciochesco, ya que la obra dramática que nos ocupa, tal como escribe R. Andioc, “había de conseguir buenas recaudaciones” y “produjo efectivamente más de 32.000 reales en nueve representaciones en el Príncipe”.8
Un aspecto que queremos subrayar es que nuestro caballero carece de pudor y por eso hace declaraciones tan negativas a su persona como:
“¡Qué lectura! Jamás abro
un libro; pero con todo
váyame usted preguntando
sobre cualquier materia.
¿Oye usted qué bien lo parlo?” (vv. 878-882).
Su carácter de joven noble y rico, y su falta de educación, le hacen ser soberbio. Tal falta de pudor ocasiona que utilice un lenguaje muy popular, ajeno al que correspondería a un aristócrata. Son ejemplos de este registro: “¡Oh, seó don Fausto!” (v. 818), “La Florita” (v. 839), “Felipilla” (v. 931), “¡Picarón!” (v. 1263), “¿Qué se ofrece, / buena maula?” (vv. 1305-1306), “¡Ah, chusca!” (v. 1354). R. P. Sebold señaló que se mezclan “en el habla más culta del achulado don Mariano vocativos y tratamientos como seó don Fausto9. Su degradación moral va pareja de su degradación lingüística. Un aspecto de este lenguaje popular es cuando utiliza frases hechas como “no me ve el pelo” (v. 1155), “he de perder la chaveta!” (v. 1846), “yo he de roer el hueso” (v. 2324) y “pelitos a la mar” (v. 2449). El uso de este habla don Mariano lo ha aprendido de sus amigotes, de las visitas a Dª. Mónica y los jugadores, gentes del bronce. Por un lado, D. Mariano es un noble, pero por otro su modus vivendi lo relaciona con personas marginales, fuera de la ley. Por eso su lenguaje oscila entre lo culto y lo popular.
Llama la atención que nuestro joven no aparezca en la obra hasta la escena VIII del primer acto y que sus primeras palabras pertenezcan al lenguaje popular: “¡Oh, seó don Fausto!” (v. 818). Constantemente muestra en sus palabras arrogancia y una total falta de diplomacia, como cuando conversa con D. Fausto acerca de su pleito:
“Dicen que usted le ha perdido;
y me alegro, ¡voto a tantos!,
me alegro” (vv. 821-823).
La falta de seriedad de D. Mariano le lleva a veces a dar respuestas absurdas, como la siguiente:
“Pero di: ¿dónde has comido,
hijo?
D. MARIANO
¿Dónde? En una mesa” (vv. 1113-1114).
Esta respuesta une a su carácter de ilógica la comicidad, rasgo que no podía faltar en una comedia.
Además, D. Mariano es duro en su lenguaje cuando califica a su tío D. Cristóbal de “ridículo” (v. 1118), “impertinente” (v. 1121), “bravo tonto” (v. 1177) y “pelma” (v. 1780). Incluso se vale de la hipérbole para degradarle: “¿Quién se libra de un sermón / suyo? Ni un anacoreta” (vv. 1159-1160). Pero lo más terrible es que sospecha que “Recogió buena cosecha / en Indias, y habrá robado / de lo lindo...” (vv. 1174-1176). Como dice el refrán, piensa el ladrón que todos son de su condición.
Un pasaje lingüístico interesante, que sirve para caracterizar a los personajes, sucede cuando Dª. Flora trata de usted (registro culto) a D. Mariano y éste de tú (registro popular) a su novia, además del lenguaje culto de ella y popular de él. Leámoslo:
Dª. FLORA
“Su Flora de usted pudiera
temer que esas distracciones
naciesen de indiferencia,
que no debiera esperar.
D. MARIANO
¿Yo indiferente? ¡Y qué seria
lo dice la picarilla!
¡Ah, chusca! ¡Quién te creyera!” (vv. 1348-1354).
A pesar de que la joven utiliza un registro elevado, propio de su educación y que le permite separarse de D. Mariano, éste continúa con su mezcla de culto y popular, y con respuestas inauditas. Sorprende la siguiente contestación del caballero, con un vocativo impropio:
“Chica, tengamos ahora
paz; que para estar en guerra,
después de habernos casado,
sobrado tiempo nos queda” (vv. 1443-1446).
En correlación con D. Mariano, se encuentra Dª. Mónica, que emplea formas lingüísticas no apropiadas para una dama, pero sí para una ladrona:
“Hoy tenemos cosas serias
de que tratar. Marianito,10
cuidado que no me seas
travieso. Mira lo que haces” (1766-1769).
Por su parte, el caballero se expresa con total libertad, de expresión y pensamiento, con Dª. Mónica:
“Sí, chica, porque con eso
tendré el gustazo de dar
un buen bofetón al suegro” (vv. 2230-2232).
Como no podía ser menos, en una “comedia moral” la última escena ha de tener un gran peso, puesto que contendrá la enseñanza que quiere transmitir el comediógrafo. Poseerá una enorme fuerza expresiva para impresionar a los espectadores. De ahí que en la acotación leamos que D. Mariano “sale en ademán de turbado y abatido” Debido al violento momento, el joven se sirve de un lenguaje formal:
“Madre mía, ¿usted no sabe...?” (v. 3001).
La utilización del vocativo y de la forma de tratamiento llama la atención, pues siempre el caballero se había mostrado displicente con su madre.
La figura del tutor es la más relevante en este final de comedia. D. Cristóbal usa su autoridad y ordena lo que se ha de hacer para conseguir la “enmienda” (v. 3073) de su sobrino:
“Don Mariano irá a Valencia.
[...]
Le daré buenos maestros,
y aprenderá lo que es justo
que no ignore un caballero” (vv. 3081 y 3092-3094).
Pero el joven caballero, a pesar de la gravedad de lo que acaba de suceder (la redada de la policía mientras había juego en casa de Dª. Mónica), miente delante de todos y acusa a su madre:
“Usted misma,
con darme hoy aquel dinero
para jugar, me ha perdido” (vv. 3113-3115).
Finalmente, D. Cristóbal hace un resumen de lo que le ha ocurrido a su sobrino y plantea el remedio:
“Ya conoces
el estado en que te han puesto
la ociosidad, la ignorancia
y los hábitos primeros
de una mala educación.
Corríjanse tus defectos” (vv. 3133-3138).
Con su intervención, el tío pone fin a la comedia con la idea de la necesidad de instrucción para ser persona de provecho. Esa es la moraleja de esta obra teatral. Por eso el concepto esencial de la ideología ilustrada de D. Cristóbal es educación (y su variante: “crianza”).
El señorito mimado, en conclusión, fue una comedia del XVIII que planteó algunas de las ideas más importantes de la Ilustración a través de un lenguaje realista y no afectado. Iriarte logró con ella abrir nuevos caminos11 al género dramático.

Notas:
[1] Todas las citas de esta comedia corresponden a la siguiente edición: Tomás de Iriarte, El señorito mimado. La señorita malcriada. Edición, introducción y notas de Russell P. Sebold. Segunda edición. Madrid: Castalia, 1986.
[2] La comedia española estaba falta de esta transparencia a comienzos del XVIII. Los autores neoclásicos -especialmente Iriarte y Moratín hijo- intentarán conseguirla en sus obras.
[3] Nuevamente, la madre del caballero protesta porque don Cristóbal se sirve de un criado para denunciar una mala educación. Dª. Dominga considera no válido que un sirviente hable críticamente de sus amos.
[4] Que, a su vez, son consecuencia de esa falta de saberes.
[5] E. Palacios Fernández, “Teatro”, en Historia literaria de España en el siglo XVIII. Edición de F. Aguilar Piñal. Editorial Trotta y CSIC: Madrid, 1996, pág. 205.
[6] E. Palacios Fernández, art. cit., pág. 205.
[7] Llama la atención que la mayor parte de los personajes femeninos en El señorito malcriado sean negativos -a excepción de Dª. Flora- y representen a una cultura contraria a la Ilustración.
[8] Andioc, R., Teatro y sociedad en el Madrid del siglo XVIII. Segunda edición, corregida y aumentada. Madrid: Castalia, 1988, pág. 39.
[9] Tomás de Iriarte, op. cit., p. 114.
[10] Observemos la importancia de este vocativo y otros en la comedia.
[11] Recordemos que Leandro Moratín escribió que El señorito mimado fue “la primera comedia original que se ha visto en los teatros de España, escrita según las reglas más esenciales que han dictado la filosofía y la buena crítica” (apud Andioc, R., op. cit., pág. 420.

© Juan José del Rey Poveda 2004
Espéculo. Revista de estudios literarios. Universidad Complutense de Madrid

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